VALÈNCIA. Hortensia Herrero compra el Palacio Valeriola. El 22 de febrero de 2016 se publicaba la noticia, una breve nota en la que se avanzaba que se llevaría a cabo una profunda -y necesaria- rehabilitación del inmueble, aunque su uso final no fue desvelado. Casi ocho años después abre sus puertas el Centro de Arte Hortensia Herrero (CAHH). El nuevo museo de València recibirá hoy a sus primeros visitantes, curiosos que desde hace años han visto desde fuera como el antiguo palacio, que durante años estuvo abandonado, se ha convertido en el hogar de una colección privada de ambición internacional que suma a algunas de las principales firmas del arte contemporáneo. "Es una pequeña joya en el corazón de València". Así definió el proyecto la mecenas y vicepresidenta de Mercadona Hortensia Herrero, quien fue la encargada de presentar este viernes el centro junto al director artístico y asesor de la colección, Javier Molins, y Amparo Roig, una de las responsables del estudio ERRE Arquitectura, encargados de la restauración del inmueble, e hija de Herrero y el empresario Juan Roig.
"A este edificio le ha tocado la lotería desde que mi madre se fijó en él. Cada rincón es diferente y ha convertido este espacio en una bombonera en el que en cada metro se descubre un espacio", apuntó Roig. El camino, sin embargo, no ha sido sencillo, y fue la propia presidenta de la Fundación la que confesó que "alguna vez" tuvo "ganas de tirar la toalla y olvidarse". Pero no fue así. Tras años desarrollando proyectos artísticos que han salpicado distintos puntos de la Comunitat, como la exposición de Julian Opie en la plaza del Colegio del Patriarca y La Nau o el proyecto de Jaume Plensa en la Ciutat de les Arts i les Ciències, hoy el centro presenta la colección en todo su esplendor. En sus salas, alrededor de un centenar de obras y más de 50 firmas, un espacio que, además, acoge varios proyectos artísticos creados específicamente para entrelazarse con la arquitectura del palacio.
Para conocer algunas de las claves del proyecto y de cara a su próxima visita, desde Culturplaza les proponemos un breve glosario con el que adentrarse en el Centro de Arte Hortensia Herrero.
Una de las claves para entender el proyecto impulsado por la Fundación Hortensia Herrero es la convivencia entre el presente y el pasado, una misión que ha marcado el proceso de rehabilitación del inmueble y que tiene un reflejo explícito en el propio recorrido expositivo. Así, uno de los elementos que desde el inicio de la visita se pueden observar son los azulejos originales recuperados por el equipo, que conviven con las deliciosas esculturas móviles de Alexander Calder o la revisión en clave pop de Roy Lichtenstein de los jardines de Monet. Así, la sala de arte del siglo XX, inicio cronológico de la colección, se conecta a través de un muro acristalado con el Atzucac (callejón sin salida) que en el siglo XIV marcaba el límite norte de la judería de València, un espacio en el que se han instalado distintos azulejos originales recuperados durante las obras, piezas decoradas con motivos vegetales bajo los que se han sembrado las mimas plantas que vienen dibujadas en su superficie.
El alemán Georg Baselitz es uno de los grandes nombres que dan forma a la colección privada, artista que creó un personal estilo alejado tanto de la abstracción como del realismo socialista. El museo presenta una pintura de grandes dimensiones y una escultura del autor en un espacio en el que convive con la obra de Anselm Kiefer, como en su día hicieron en el pabellón alemán de la Bienal de Venecia de 1980. También la Bienal de Venecia es uno de los puntos que conectan a Eduardo Chillida y Antoni Tàpies, pues fue en la edición de 1958 donde ambos –uno en el ámbito de la escultura y otro de la pintura- triunfaron. Ahora comparten sala en el CAHH, un espacio que da cuenta de los paralelismos en su carrera y de su amistad.
Uno de los lugares más especiales del recorrido es la antigua capilla del palacio. El espacio, que era una “auténtica ruina”, ha sido recuperado e posteriormente intervenido por el artista estadounidense de origen irlandés Sean Scully, quien ha plasmado sus reconocidas formas en una vidrieras desde las que surten ahora reflejos rojizos, amarillos o azulados. El proyecto también tiene su eco en el muro, con una pintura perteneciente a la serie Landline caracterizada por las franjas horizontales de diversos colores que, en la parte inferior, deja caer una serie de gotas rojas que remiten a la iconografía cristiana.
David Hockney es otro de los nombres clave del recorrido expositivo, artista del que se presentan una serie de paisajes sui generis. Entre ellos, uno de sus proyectos más icónicos, Las cuatro estaciones, una vídeo creación compuesta por treinta y seis pantallas en las que el artista muestra el bosque de Yorkshire en distintos momentos del año, un mismo recorrido que realizó en un coche equipado con nueve cámaras. Este mismo escenario es el protagonista de otros dos paisajes, en este caso dibujos realizados con iPad, una colección que se completa con otras piezas que pone el foco, en este caso, en las diferencias del paisaje de invierno y verano en la región de Normandía, donde el artista pasó el confinamiento.
Crear un relato que englobe la historia del arte contemporáneo a través de firmas de primer nivel. Este era el objetivo que se marcó Hortensia Herrero, junto a Javier Molins, a la hora dar la forma definitiva a la colección. Así lo puso sobre la mesa el propio Molins durante la presentación del proyecto, que subrayó la apuesta del museo por mostrar en València el “mejor arte internacional”, una fotografía que reúne a una nómina de creadores que marcan el ritmo expositivo global. Para muestra, varios botones. Actualmente son varios los museos que presentan exhibiciones en torno a algunos de los artistas que componen la colección valenciana, tales como David Hockney, que protagoniza una muestra individual en el Museo de Arte Contemporáneo de Tokyo; Tony Cragg, en el Museo Nacional de Arte Contemporáneo de Lisboa; o Anish Kapoor, en el Palazzo Strozzi de Florencia, ejemplos que ponen negro sobre blanco alcance internacional del proyecto cultural.
También la fotografía y la impresión digital se abre hueco en la colección de Hortensia Herrero, aunque con una selección de obras que, precisamente, juegan con unos códigos más bien pictóricos. Así, se muestran piezas como Substrar 29, de Thomas Ruff, en la que busca la abstracción a través de la fotografía; Lost Happiness, de Idris Khan, en la que superpone partituras musicales, o el trabajo del valenciano Antonio Girbés, que crea una composición a partir de la ciudad prohibida de Pekín.
Es el final del recorrido expositivo el que nos conecta directamente con el presente y el entorno cultural que habita el CAHH. Tal y como anunció Molins durante la pasada edición de Abierto València, el evento de apertura de temporada de las galerías de arte de la Comunitat, el museo suma una sala dedicada a las adquisiciones que durante estos años ha realizado la fundación en este marco, un espacio que suma obra de creadores como el artista zamorano Toño Barrero, que hasta esta misma semana protagonizaba exposición en Shiras, o Guillermo Ros, entre otros.
Decía Molins durante la presentación que una de las cosas que hacen único al museo es que cuenta tanto la historia del arte reciente como de la ciudad de València. Y es, efectivamente, la historia del espacio donde se ubica una de las cosas que ha marcado el proceso de rehabilitación del palacio. Y es que el Palacio Valeriola, una construcción de estilo barroco del siglo XVII, resume en sí mismo la historia de la ciudad, desde la época romana, la visigoda y la islámica hasta la cristiana. El solar formó parte de la Balansiya musulmana entre los siglos XI y XIII, y en él se han encontrado restos de dos fuentes pertenecientes a un patio islámico. Además, constituye el último vestigio de la judería, lo que se puede apreciar en un callejón que cae dentro del centro de arte y que se ha recuperado. Durante el proceso de restauración, también, se ha encontrado un horno medieval y restos del antiguo circo romano de València, elementos que se han integrado en el recorrido expositivo y que, además, han inspirado alguna de las piezas, como una de las planteadas por Mat Collishaw, que ha levantado un circo de pantallas LED.
El proyecto, entre la restauración del edificio y las diferentes intervenciones realizadas, tanto arquitectónicas como artísticas, ha supuesto una inversión de 40 millones de euros.
La figura de Joaquín Sorolla, del que este año se conmemora el centenario de su fallecimiento, ha sido clave en la historia del centro. Fue precisamente durante una visita a la exposición Sorolla y América, que presentó el Meadows Museum (Estados Unidos) en 2013, donde Herrero reconectó con Javier Molins, momento en el que se dieron una serie de conversaciones que encendieron la mecha de lo que, más adelante, daría paso a la creación del CAHH. La importancia del autor valenciano en su historia no queda ahí pues, aunque la colección se centra en el arte contemporáneo, la capilla intervenida por Sean Scully está cubierta por varios paneles de temática clásica, uno de ellos pintado por un jovencísimo Sorolla, que realizó la pintura para poder costear los materiales en su etapa de estudiante.
Es el alemán Anselm Kiefer el que da forma a uno de los espacios más imponentes del museo, una sala en la que se presentan tres piezas de gran formato. Dos de ellas incluyen su característico libro de plomo, piezas cargadas de poesía en las que se referencia a Baudelaire o a Schubert. La tercera, titulada Walhalla, ha sido todo un reto para la institución. Y es que, en este sentido, lo de obra de gran formato cobra un sentido especial. La pieza conjuga figuración y abstracción con un proyecto que plantea un paisaje sobre el que ha vertido plomo, un material que cubre la superficie y que eleva su peso hasta los 500 kilogramos, lo que ha obligado al centro a reforzar la estructura para llevar a cabo su instalación.
Una de los proyectos creados específicamente para el palacio está firmado por el catalán Jaume Plensa, que plantea una intervención que abraza la puerta que conecta el patio interior del inmueble con el patio trasero, un enclave que ha sido bautizado por el propio artista como el “ombligo” del palacio. En ella parte de las letras que conforman diferentes alfabetos, un motivo que se ha convertido en una de sus obsesiones, aunque en esta ocasión las letras no dan forma a un cuerpo humano, como viene siendo habitual en su obra, sino que trepan por los muros como una suerte de enredadera.
Es el edificio de nueva construcción anexo al Palacio Valeriola el que suma las creaciones de ámbito multimedia, un viaje en el que en lienzo en sustituido por la pantalla y en el que hay un claro protagonista -o, en este caso, muchos-, las multitudes. La particular visión del gentío que pasea por el centro de Londres que ofrece Julian Opie convive con la pieza que presenta el israelí Michal Rover, que presenta a un grupo de personas cuyas figuras han sido grabadas en distintos momentos y que se funden como una masa que vaga por el desierto sin rumbo. Uno de los proyectos que seguro generará más curiosidad en el visitante es el planteado por el colectivo japonés TeamLab, del que se incluye una pieza interactiva en la que el público puede afectar con sus dedos la acción del pueblo que presenta tocando a cualquiera de los personajes. La escena, además, es un reflejo de la propia ciudad donde se instala, en este caso València, pues replica entre otras cosas la condiciones climatológicas de su entorno.
Sí, sí, ninots. Las Fallas, una de las “grandes pasiones” de Hortensia Herrero, también tienen su espacio en el CAHH, en este caso a través de la instalación de Mat Collishaw, que presenta una pieza inspirada en el fuego purificador de la fiesta valenciana. El británico parte de la figura del ninot en una videoinstalación que envuelve al visitante, un ninot que poco a poco va siendo consumido por las llamas hasta dar paso a unas mariposas que se presentan como símbolo de renacimiento.
“Siete años y medio ha sido mucho tiempo de mi vida, mucho tiempo de trabajo de los arquitectos, de Carlos Campos, Carlos Barberá, el equipo de Mercadona y de mis colaboradores de la Fundación Hortensia Herrero, liderados por Alejandro Silvestre. Por fin este Centro de Arte es una realidad”. Más de siete años, subrayó Hortensia Herrero durante su parlamento, han sido los que han pasado desde la adquisición del Palacio Valeriola hasta su apertura como museo, un tiempo en el que se ha llevado a cabo una profunda rehabilitación para dar vida a un inmueble que llevaba años abandonado. Residencia privada, sede del diario Las Provincias o local de ocio nocturno han sido algunos de sus usos recientes, que dieron paso –tras un intento fallido de convertirlo en hotel- a años de olvido. Hasta su compra. El estudio ERRE Arquitectura ha sido el encargado de liderar una restauración que ha dado una nueva vida al palacio, al que se suman nuevos espacios anexos que amplían el espacio expositivo hasta los 3.500 metros cuadrados.
El corazón del palacio, su patio interior, da la bienvenida al visitante, un lugar desde el que se inicia el recorrido y en el que ya comienza el juego entre pasado, presente y futuro. El vestíbulo acoge la instalación creada por el argentino Tomás Saraceno, que da forma a una suerte de pompas de jabón que flotan en el espacio, una serie de estructuras formadas por paneles irregulares cuyo reflejo, que va cambiando a lo largo del día, da color a sus muros.
La inauguración del centro de arte llega con el despliegue de una gran parte de la colección privada de Hortensia Herrero, una exhibición con la que se quiere poner sobre la mesa una fotografía global de la historia del arte contemporáneo. En este sentido, las piezas generan un discurso completo, una exposición de sentido único que recorre todo el Palacio Valeriola. Entonces, ¿es esta la única propuesta expositiva que presentará el museo? No. Aunque esta primera exhibición de la colección marcará el ritmo expositivo en sus primeros meses de vida, ya se está trabajando en dos exposiciones temporales de importantes artistas internacionales, muestras que se encontrarán sus hueco próximamente en el centro.
Son, en gran medida, los lienzos desde donde habla la colección de Hortensia Herrero, pero no solo. Muchas de las obras, aunque a veces jugando con los mismos códigos, lo tratan de superar, un viaje con lo tridimensional que pasa por los trabajos de artistas como Julian Opie, cuyos relieves recuerdan a los del Antiguo Egipto; la propuesta de El Anatsui, que se compone de los tapones de las botellas de alcohol que llegaron a África con el colonialismo, o los juegos de reflejos de Anish Kapoor o Tony Cragg. También hay un lugar especial para el arte cinético, aquellas obras que presentan un movimiento perceptible o que necesitan del movimiento del espectador para ser percibido, una selección que reúne piezas de Carlos Cruz-Díez o Andreu Alfaro.
En el Centro de Arte Hortensia Herrero también los espacios de transición son objeto de intervención artística. En este sentido, el museo plantea dos túneles bien distintos, dos proyectos inmersivos firmados por Cristina Iglesias y Olafur Eliasson. En el primer caso, Iglesias conecta el palacio con el inmueble de nueva construcción, que acoge la colección multimedia, con un pasaje que usa motivos minerales hasta crear una suerte de gruta. Por su parte, el danés viaja al futuro con un túnel compuesto por más de un millar de cristales de distintas formas, un pasaje que dependiendo de la dirección en la que uno lo cruce se presenta con vibrantes colores o a oscuras.
Uno de los artistas clave para entender la colección es el valenciano Manolo Valdés, cuya obra lleva Herrero coleccionado desde hace más de un cuarto de siglo, siendo el valenciano el protagonista de algunos de los proyectos expositivo urbanos que la fundación ha desarrollado en los últimos años. Es, precisamente, una de sus piezas, Jarrón azul, la que funciona como primer paréntesis de la colección Hortensia Herrero, pieza adquirida en 1998. El último paréntesis se sitúa a unos pasos de distancia, con una obra realizada expresamente para el espacio que se compone de un busto blanquecino rodeado de cristales colorados. Valdés es uno de los no pocos artistas valencianos que salpican el centro, una presencia que no se ha querido limitar a una sala concreta, sino que encuentran acomodo en el retrato global que quiere componer la fundación, un retrato que suma firmas como Miquel Navarro, Andreu Alfaro o Juan Genovés.